Rosario Castellanos

Ciudad bajo el relámpago A medianoche corre su caballo (Jobel, zacatonal, valle para el galope). Buen jinete, el espanto espolea —hasta el relincho— la bestia ante la casa donde yace dormida la memoria. Hora de recordar los muertos. Ven, busca tu hijo, soltera. Viudo, tienta la almohada aún tibia. Y tú, asesino, remeda el estertor violento de tu hermano. Zigzaguea en el cielo un resplandor de espada. A esta lívida luz ¡qué honda es la cicatriz del ceño trágico! Charla ...porque la realidad es reducible a los últimos signos y se pronuncia en sólo una palabra... Sonríe el otro y bebe de su vaso. Mira pasar las nubes altas del mediodía y se siente asediado (bugambilia, jazmín, rosal, dalias, geranios, flores que en cada. pétalo van diciendo una sílaba de color y fragancia) por un jardín de idioma inagotable. Desamor Me vio como se mira al través de un cristal o del aire o de nada. Y entonces supe: yo no estaba allí ni en ninguna otra parte ni había estado nunca ni estaría. Y fui como el que muere en la epidemia, sin identificar, y es arrojado a la fosa común. Destierro Hablábamos la lengua de los dioses, pero era también nuestro silencio igual al de las piedras. Éramos el abrazo de amor en que se unían el cielo con’ la tierra. No, no estábamos solos. Sabíamos el linaje de cada uno y los nombres de todos. Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas de la ceiba se encuentran en el tronco. No era como ahora que parecemos aventadas nubes o dispersadas hojas. Estábamos entonces cerca, apretados, juntos. No era como ahora. Destino Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! El aire no es bastante para los dos. Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la ración de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir. El hombre es animal de soledades, ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra. Ah, pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio; su actitud que es a la vez reposo y amenaza. El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo de un tigre. El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve —antes que lo devoren— (cómplice, fascinado) igual a su enemigo. Damos la vida sólo a lo que odiamos.

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